—Por favor,
piedad, señor…
Dyma no pudo
evitar que una media sonrisa asomara en su rostro. «Piedad». Hacía décadas que
no oía esa palabra en boca de sus enemigos y escucharlo le provocó una
inquietante sensación de victoria que creía olvidada. «Piedad». Él desconocía
su significado. Alzó la bota y la hundió en la cara de aquella patética
criatura sin miramientos. Pisó de forma reiterativa hasta que el crujido se
transformó en un sonido pegajoso y los restos de masa gris se mezclaron con el
humor vítreo de los globos oculares.