“¿Es de noche?”. Sí, definitivamente era de noche. Aarón lo sentía
en cada partícula vibrando debajo de su piel, como un millar de insectos que
picoteaban la carne muerta y rebuscaban entre los órganos un lugar donde
alimentarse y reproducirse.
“Tengo hambre. No, es sed. Es hambre y sed”. Lo mismo daba, el
escozor al fondo de su garganta se debía a esa razón. Y la sequedad en los ojos,
las manos agrietadas y los músculos acartonados y doloridos. “No, de eso ya no hay. No es dolor, es…”.
El sonido de las finas patas de una araña recorriendo su pantalón vaquero lo
sacaron de sus pensamientos. La cogió y se la llevó a la boca. Escupió. “Una gota de sangre”. No sirvió ni para
darle un triste consuelo. Suspiró.