"Nueve, no”, Tesh se
corrigió mentalmente, contando en silencio mientras subía a paso ligero hacia
su despacho, “nueve puñetazos y medio”. Hacía más de un siglo que ningún humano
era capaz de pegarle. Ni siquiera rozarlo. “He bajado la guardia. Me he
confiado y un mortal acaba de atizarme”. Tenía ganas de agujerear con su cabeza
hueca el muro de hormigón de la facultad, “por imbécil”.
¿Qué había empujado a Matt a golpearle? ¿Celos? ¿Envidia? ¿Acaso sabía más de lo que aparentaba? Al menos la idea de preparar con antelación el encuentro, vaciando media facultad y ahuyentando a oídos entrometidos, había facilitado tener que explicar aquella incómoda situación. Un profesor adjunto agredido repentinamente por un alumno solo habría atraído más la atención sobre su persona. Y necesitaba pasar desapercibido, ahora más que nunca, si quería seguir acercándose a la misteriosa humana Ariadna.
¿Qué había empujado a Matt a golpearle? ¿Celos? ¿Envidia? ¿Acaso sabía más de lo que aparentaba? Al menos la idea de preparar con antelación el encuentro, vaciando media facultad y ahuyentando a oídos entrometidos, había facilitado tener que explicar aquella incómoda situación. Un profesor adjunto agredido repentinamente por un alumno solo habría atraído más la atención sobre su persona. Y necesitaba pasar desapercibido, ahora más que nunca, si quería seguir acercándose a la misteriosa humana Ariadna.
Sin embargo, podía concluir que
la cita había sido prácticamente un desastre. Él se sentía el más perjudicado
de todos.
Bastante tuvo con contener el
ansia nada más saborear la sangre de Matt. La necesidad vino tan súbitamente
que dejó marcas en la silla volcada por retener a la bestia y no lanzarse a la
yugular de su amigo. “¿Amigo? Lo he descuidado demasiado”. Podría haberlo
convertido en un sirviente útil para la Comunidad y si ahora sospechaba de su naturaleza,
de su confianza, los años de trabajo domándolo y educándolo se irían al traste.
Tesh se lamió los labios, con los
últimos restos de sangre en la comisura y sintió un escalofrío de placer.
“Tengo que alimentarme mejor”, se regañó. “Sobre todo si quiero centrarme en mi
objetivo de una maldita vez”.
Centrarse, eso era. Debía apartar
de su mente los pensamientos inútiles y dejar de ofuscarse. Puede que tuviera
que volver a usar sus clásicos métodos de persuasión para lograrlo, y para ello
le convenía contar con el beneplácito del Kral, Luka. Que fueran familia reducía enormemente el papeleo. Él era un hermano con el que podía contar, no como el
otro… A Gideon le habría encantado el espectáculo de ver a su hermano mayor en
el suelo por culpa de un mortal. “Gideon”. Una idea fugaz le hizo detenerse en
medio del pasillo, desierto, y volvió a la reflexión sobre la ruptura de su
barrera. “¿Cómo pudo Matt traspasarla?”. Es más, visto en perspectiva, juraría que el brillo en su mirada tenía una pizca de carisma, un poco de magia que usaban los suyos. Pocas criaturas eran capaces de
ignorar y eludir ese poder, menos aún de un vampiro tan antiguo como él. “A
menos que tuviera ayuda...” .
El profesor aceleró el paso,
llegando a la puerta de su despacho más veloz que cualquier ser humano. Se
dirigió a su mesa y abrió el último cajón, forzando la cerradura de un rápido
tirón.
“No está”. El pendrive. “Mis
informes. Mi misión en Moscú. No está”. O su versión ligera. Tesh sonrió.
“Maldito hermano pequeño del demonio”. ¿Cómo iba a poder concentrarse con esos
infantiles juegos de distracción?
Derechos reservados por la autora, Enara L. de la Peña / Fotografía Laura Makabresku.
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