"Nueve, no”, Tesh se
corrigió mentalmente, contando en silencio mientras subía a paso ligero hacia
su despacho, “nueve puñetazos y medio”. Hacía más de un siglo que ningún humano
era capaz de pegarle. Ni siquiera rozarlo. “He bajado la guardia. Me he
confiado y un mortal acaba de atizarme”. Tenía ganas de agujerear con su cabeza
hueca el muro de hormigón de la facultad, “por imbécil”.