Lost in a daydream, what do you see?
If you're looking for Jesus, then get on your knees
If you're looking for Jesus, then get on your knees
(30StoM)
Aquella iba a ser una noche más,
otra de tantas patrullando el distrito de Dachnoye, al sur de San Petersburgo. Recorrimos
la antigua zona del ferrocarril y nos adentramos en estrechos callejones que
apestaban a orín, pasando junto a marquesinas de autobús maquilladas con
agresivos grafitis. Nuestra labor se limitaba a ahuyentar a putas y camellos
con los destellos de los faros del coche. Mi compañero, Micah, conducía con el
rostro serio e impasible que le caracterizaba mientras yo daba cortos sorbos al
termo de café. Los turnos de noche eran los más duros, pero también los mejor pagados
y una práctica solución para el insomnio, al menos en las horas de lucidez. La jornada
avanzaba con tranquilidad, tan solo tuvimos que encender la sirena un segundo
para dispersar a un grupo de yonquis. Nada fuera de lo normal. Hasta que vimos
el taxi.
Se encontraba en medio de un
descampado, la típica zona de reunión de adolescentes borrachos y drogatas. Que
el lugar estuviera completamente vacío tendría que haber sido un claro aviso. Con
las farolas destrozadas, convertidas en inútiles estandartes de la dejadez del
municipio, la única iluminación del lugar era una linterna que alguien portaba,
danzando bajo el capó abierto. Detuvimos el coche y enseguida tuve un mal
presentimiento. Una horrible sensación de deja
vù que se aferró a mi cogote y clavó sus uñas en el centro neuronal. Esa
oscuridad rodeando el taxi, esa presión ligeramente asfixiante según nos
aproximábamos. Algo iba mal. Por un instante el pánico me atenazó y fui incapaz
de dar un paso más. Apenas podía respirar.
Frente a mis ojos se filtró una sucesión
de imágenes salpicadas de sangre, con miembros irreconocibles de lo que podría
haber sido una persona, o media docena. Cerré los ojos, frotándolos con fuerza.
Esas malditas visiones no me iban a abandonar y cuanto más tarde se hiciera y
la noche avanzara, peor sería. Siempre ocurría así. Solo quedaba aguantar hasta
el amanecer.
Micah simuló comprobar la radio y su
GSh-18, una 9 mm semi-automática, mientras yo recobraba la compostura. No
hablábamos de ello. La muestra de cualquier sutil cambio de actitud, por
absurdo que fuera, era un billete directo a la psicóloga del departamento, con
su consecuente análisis de cirujano cerebral y degustación de carísimas pastillas para
conciliar el sueño. Nada práctico, solo más complicaciones. Y no estaba
dispuesto a una baja por enfermedad. Todo menos eso. Necesitaba el trabajo,
necesitaba esas horas en la calle, en compañía. Era eso o una caída en picado
por el precipicio de la depresión. Otra vez no. Me negaba.
—Buenas noches. —Micah saludó al
tiempo que posaba la mano en el cinturón, junto a la porra extensible—. ¿Todo
bien por aquí?
Él se giró, pero no parecía
sorprendido por nuestra presencia, sino más bien sobradamente relajado, como si hubiera estado
esperándonos. Levantó la cabeza del capó y nos observó, demorándose en mi
compañero más de lo correcto para un hombre inocente. Ése fue el segundo aviso.
—Sí, bueno, no. —Dejó la linterna y
caminó hacia nosotros, no sin antes darle una patada a la rueda del taxi—. Esta
chatarra me ha dejado tirado. Normalmente no necesitaría esto —miró hacia la
linterna y la pequeña caja de herramientas—. Pero creo que me la ha jugado bien
esta vez.
Apenas era un chaval, con media
cabeza rapada y una sudadera dos tallas más grande que él. Los piercing de sus
orejas brillaron bajo los focos del coche patrulla. Un chico más, pensé,
delgado pero fuerte, con la mirada despierta. Era evidente que no se pinchaba o
llevaba muy poco haciéndolo y su cuerpo aún no lidiaba con los síntomas propios
de un adicto.
—Será algo eléctrico —sugerí. Por
alguna extraña razón, el nerviosismo inicial se había evaporado por completo,
dando pie a una sensación reconfortante que terminaría por convertirse en mi perdición—. Mi excuñado tiene un coche igual que ése y dice que los cables de
la batería se queman cada dos por tres. Seguro que en el maletero hay piezas de
recambio, debajo de la rueda de repuesto…
Abrí el maletero con naturalidad, de
los tres yo era el que más cerca estaba y lo hice sin pensar. Creo que ellos
tampoco esperaban que lo hiciera. Si no, por una milésima de segundo, no
habrían puesto esas caras de pánico, ni yo hubiera acabado como acabé.
Derechos reservados por la autora, Enara L. de la Peña / Fotografía de Ansuz Wunjo
Jodido taxi. Siempre se queda tirado en el peor momento.
ResponderEliminarTú y yo sabemos que ese taxi es una auténtica basura y ya ha pasado por lo suyo... Así que es normal que ocurriera algo parecido tarde o temprano.
EliminarMe estoy imaginando 20 millones de cosas que pueden pasar con ese maletero xD
ResponderEliminarImagina y acertarás ;)
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