—¡Es posesivo, egocéntrico y narcisista!
Ariadna miró fijamente a su amiga sentada frente a ella,
buscando algún destello de duda o culpabilidad en sus marrones ojos. Sin embargo, ahí más bien
brillaba otra cosa.
—Cris, Dios mío, te has enamorado.
—No es para tanto Ari, además, él es...
—¡Ya sé lo que es! —le cortó y al momento se mordió la
lengua, tampoco debía decirle toda la verdad, no la soportaría.
Ariadna desvió la mirada y la paseó por la cafetería de la
facultad, con sus paredes blancas, las modernas y baratas sillas de plástico
color crema, conjuntadas con las diez mesas abarrotadas de estudiantes. Con un
gesto de la mano señaló la barra.
—¡Pero míralo! Ni siquiera es guapo.
En medio de una masa de alumnos, luchando por conseguir un
café a las ocho de la mañana, estaba él. Era bajo de estatura, poco más de metro
y medio, con unos pantalones vaqueros desgastados y una camiseta negra de Iron
Maiden que en otra época debió ser negra y de una pieza. Tenía los brazos
apoyados en la barra y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos,
convencido de que dominaba ese ambiente y se encontraba a gusto en él, a pesar de
no combinar con los pantalones pitillo y jerseys a cuadros de pico que lo
rodeaban.
—Apenas te llega a la altura de los ojos, no tiene cuerpo de…
Bueno, que no es de tu estilo, no deberías salir con él...
Era preferible pecar de superficial insoportable a perder a
su amiga. No podía permitir que ocurriera, “otra
vez no”.
—Ari, esto no es de tu incumbencia, en absoluto.
Cris la miró amenazadora. No le gustaba hablar de su vida
íntima, aunque con Ariadna no le quedaba otra. Era su amiga e insistía en que
debía protegerla, en especial de los hombres. Cris suspiró, sabía que no la
haría cambiar de opinión. Volvió la mirada hacia la barra, sin fijarse en nada
en concreto. Cogió uno de sus largos mechones dorados y comenzó a juguetear con
él entre los dedos.
—¿Sabes? No me importa lo que pienses, yo estoy muy bien con
Aarón. Es amable y dulce conmigo. Creo que también me quiere, y no necesito tu
aprobación para seguir con él.
Se levantó, cogió el bolso y caminó hacia la barra. Ariadna
la siguió y la agarró con suavidad por el brazo. Cuando sus miradas se
volvieron a cruzar, Cris creyó percibir una súplica en la mirada verde oscuro
de su amiga.
—Por favor Cris, no vayas, él lo único que quiere es...
Ariadna bajó la mirada, sin saber muy bien cómo seguir sin
parecer una loca.
—¿Qué? Vamos Ari, deja de preocuparte por mí —cogió la mano que
le apresaba el brazo, y con suavidad la apretó entre las suyas, manteniendo la
mirada fija en su amiga—. Yo le quiero. Deberías dejar de obsesionarte tanto, él
es una buena persona.
“No es una persona”,
pensó Ariadna. Pero se calló y soltó a su amiga, rendida. Las dos eran demasiado
tercas. Cris se alejó dirección a Aarón, que la recibió con un beso en la
mejilla y miró de reojo a Ariadna con una especie de sonrisa de victoria. “Ya me estoy imaginando cosas...”. Cogió
el bolso, la cazadora de cuero y se fue de la facultad. Tenía clase en cinco
minutos, pero debía salir de ese lugar. Se sentía impotente, y no había nada
que le desagradara más.
Mentira, sí que había una cosa, "esos malditos vampiros".
Derechos reservados por la autora, Enara L. de la Peña / Fotografía Laura Makabresku
Derechos reservados por la autora, Enara L. de la Peña / Fotografía Laura Makabresku
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