—Prométeme que siempre huirás.
Normalmente, los recuerdos que uno tiene a los cinco años son
borrosos y difusos. Suele ser difícil evocar los detalles de un día completo o
un momento en concreto. Pero yo no puedo olvidar aquel callejón vacío, impregnando
cada rendija de mis memorias con el hedor de la alcantarilla y la humedad por
la lluvia que acababa de parar, y a mi madre arrodillada frente a mí.
—Prométeme que nunca te acercarás a uno de ellos —con sus
frías manos sujetaba mi rostro para que no lo apartara y escuchara atentamente—.
Prométeme que no dejarás que te atrapen.
Sabía que lo que me decía era realmente importante. Recuerdo
sus ojos azules, aterrados, medio escondidos entre el pelo desordenado y
mojado. “Qué raro”, pensé, “mamá siempre lleva el pelo recogido”.
—Ariadna, prométemelo.
Me estaba haciendo daño en la cara, apretándome con fuerza,
tal vez para esconder que estaba temblando, tal vez para evitar que yo
temblara. ¿Estaba llorando? ¿O eran gotas de lluvia?
—¡Ariadna!
Es verdad, yo también estaba llorando.
—Sí, mamá. Lo prometo.
Derechos reservados por la autora, Enara L. de la Peña / Fotografía Laura Makabresku
Derechos reservados por la autora, Enara L. de la Peña / Fotografía Laura Makabresku
"Breve pieza de un relato de tierna crueldad"
ResponderEliminarGran trabajo.
Un trabajo impecable y de admirar. Me encanta el pasado de Ariadna.
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