—¿Puedo ayudarle en algo, profesor?
—No, Katya, pero gracias.
Tesh disimuló como pudo el bostezo. Después de seis horas de
viaje en avión, incluyendo las esperas y recogida de maletas, no había nada que
le apeteciera menos que echar una mano en las clases del profesor Johannes
Krauser, el mata-alumnos. Su fama iba
precedida por la cantidad de estudiantes que desaparecían de su aula según
avanzaba el curso, y para esas alturas del semestre apenas llegaban a los
treinta.
Era mortalmente soporífero.