Los lazos de la muerte me cercaron,
Y los torrentes de perversidad me atemorizaron.
(Salmos 18:4)
“Como suene un puto villancico más,
juro que…”.
Gideon tragó sus palabras y siguió
con su antinatural mirada bicolor al asustado camarero. No necesitaba abrir la
boca para intimidarlo y hacerle tirar una botella de whisky del 83. La
torpeza del humano casi le hizo sonreír. Casi. No convenía llamar la atención,
sobre todo si quería largarse del país bajo la protección de los suyos, así que
removió el vodka impaciente, aspirando su picante amargor. El olor del alcohol
no estaba mal, aunque había algo aún más tentador y acuciante. Alzó la cabeza y
analizó el bar de un vistazo, usando más el olfato que sus otros sentidos.